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lunes, 21 de octubre de 2013

La marcha estaba en Artxanda



A pesar de haber cruzado el ecuador del mes de octubre, ayer en Bilbao parecía primavera. El sol lucía y la temperatura era agradable, unos 20 grados. Una mañana de domingo ideal para salir a pasear y disfrutar de la naturaleza. La Subida a Artxanda, una marcha organizada por EL CORREO y la sociedad La Montañera, batió récords de participación en su cuarta edición. Diez mil personas de todas las edades quisieron formar parte de una prueba con fines solidarios que también patrocina el Ayuntamiento de Bilbao, la Diputación, Eroski y La Caixa. Todo el dinero recaudado -20.000 euros- irá destinado a la DYA.
El buen tiempo animó a grandes y pequeños a acercarse a El Arenal, desde donde partió la excursión a las once de la mañana, si bien muchos decidieron adelantarse para evitar aglomeraciones. Una cuenta atrás de 10 segundos voceada por los participantes y un disparo al aire dieron la salida de la prueba.
La comitiva enfiló la calle Askao del Casco Viejo para ascender las Calzadas de Mallona. Ahí se formó un pequeño tapón, que quedó resuelto en cuestión de segundos. La marcha fue cobrando ritmo y la marea humana enfiló el primer repecho de la jornada con determinación. «Esperemos no ser los últimos», decía un niño a otro. Estaban asombrados de tanta gente como subía desde la plaza Unamuno. Una vez quedaron atrás el parque Etxebarria y la Avenida Jesús Galíndez, el público enfiló las rampas que dan acceso a ese balcón privilegiado de Bilbao que es Artxanda. «Lo peor no es subir, sino bajar», advertía un hombre a sus amigos. Sólo llevaban tres kilómetros y el cansancio ya se dejaba notar entre algunos participantes.
El sol apretaba con fuerza. Había que echar mano de la mochila e hidratarse. También el estómago comenzaba a rugir. Algunos mendizales comían una chocolatina para evitar la temida pájara. Incluso los había que llevaban al niño en carrito; ellos sí que sudaban de lo lindo. Las cuestas dieron una pequeña tregua al entrar en la zona verde. El viento soplaba con fuerza, lo que representaba para muchos un alivio tras los rigores de la ascensión. Las buenas vistas del 'botxo' obligaban a hacer una parada antes de tomar el camino hacia Arbolantxa. Aquí más de uno se paraba a coger aire. Era un sendero estrecho pero seco, con algunas zonas embarradas que no supusieron mayor complicación. «Qué pasada», decía un niño a su ama al entrever la serpiente multicolor que seguía sus pasos hasta Monte Avril.
La organización de la marcha ha incorporado al recorrido de esta edición nuevos tramos. Muchos de los participantes conocían bien Artxanda, pero los senderos de la prueba les cogieron por sorpresa por su singular belleza. Aunque para disfrutar del paisaje había que sufrir. El recorrido de este año es «un poco más duro», coincidían muchos en señalar. En los tramos de más exigencia reinaba el silencio, nada que ver con las charlas en el parque Etxebarria. En esta parte del camino, algunos se echaban a un lado para coger aire y dejar pasar a los que más en forma estaban. Los niños ya no corrían en busca de piñas como al principio, el cansancio había hecho mella en ellos. «Esto es muy duro», decía una niña.
Pero tras el esfuerzo llega la recompensa. En este caso, el avituallamiento, situado en Monte Avril. Un botellín de agua y una barrita de cereales eran parte del premio. Y es que desde allí se podía disfrutar de unas espléndidas vistas. A un lado, el aeropuerto de Loiu y su trasiego incesante de aviones; por el otro, todo Bilbao y el mar Cantábrico. También había gente en las campas tomándose un respiro. Sentados al sol, pero atentos en todo momento a ese viento frío que aconsejaba echar mano de la chaqueta de la que se habían desprendido en la subida. Era el momento de emprender el camino de vuelta. Como ya habían advertido antes los más experimentados, el descenso siempre es difícil. Había que mantenerse alerta para no resbalar con los cantos rodados.
Superada la etapa de montaña, el asfalto volvió a hacer acto de presencia a la altura de Andramari, desde donde los excursionistas se dirigieron al parque Etxebarria y de allí a la Plaza del Gas. La media estimada de regreso a El Arenal era de dos horas y media, después de completar 9,85 kilómetros. Allí pudieron comer un bocadillo de chorizo, tomar una Coca-Cola y recoger un chubasquero como regalo. Una jornada de domingo en la que disfrutar de la naturaleza se convirtió en una buena causa.


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