A pesar de haber cruzado el ecuador del mes de octubre, ayer en Bilbao
parecía primavera. El sol lucía y la temperatura era agradable, unos 20 grados.
Una mañana de domingo ideal para salir a pasear y disfrutar de la naturaleza.
La Subida a Artxanda, una marcha organizada por EL CORREO y la sociedad La
Montañera, batió récords de participación en su cuarta edición. Diez mil
personas de todas las edades quisieron formar parte de una prueba con fines
solidarios que también patrocina el Ayuntamiento de Bilbao, la Diputación,
Eroski y La Caixa. Todo el dinero recaudado -20.000 euros- irá destinado a la
DYA.
El buen tiempo animó a grandes y pequeños a acercarse a El Arenal, desde
donde partió la excursión a las once de la mañana, si bien muchos decidieron
adelantarse para evitar aglomeraciones. Una cuenta atrás de 10 segundos voceada
por los participantes y un disparo al aire dieron la salida de la prueba.
La comitiva enfiló la calle Askao del Casco Viejo para ascender las
Calzadas de Mallona. Ahí se formó un pequeño tapón, que quedó resuelto en
cuestión de segundos. La marcha fue cobrando ritmo y la marea humana enfiló el
primer repecho de la jornada con determinación. «Esperemos no ser los últimos»,
decía un niño a otro. Estaban asombrados de tanta gente como subía desde la
plaza Unamuno. Una vez quedaron atrás el parque Etxebarria y la Avenida Jesús
Galíndez, el público enfiló las rampas que dan acceso a ese balcón privilegiado
de Bilbao que es Artxanda. «Lo peor no es subir, sino bajar», advertía un
hombre a sus amigos. Sólo llevaban tres kilómetros y el cansancio ya se dejaba
notar entre algunos participantes.
El sol apretaba con fuerza. Había que echar mano de la mochila e
hidratarse. También el estómago comenzaba a rugir. Algunos mendizales comían
una chocolatina para evitar la temida pájara. Incluso los había que llevaban al
niño en carrito; ellos sí que sudaban de lo lindo. Las cuestas dieron una
pequeña tregua al entrar en la zona verde. El viento soplaba con fuerza, lo que
representaba para muchos un alivio tras los rigores de la ascensión. Las buenas
vistas del 'botxo' obligaban a hacer una parada antes de tomar el camino hacia
Arbolantxa. Aquí más de uno se paraba a coger aire. Era un sendero estrecho
pero seco, con algunas zonas embarradas que no supusieron mayor complicación.
«Qué pasada», decía un niño a su ama al entrever la serpiente multicolor que
seguía sus pasos hasta Monte Avril.
La organización de la marcha ha incorporado al recorrido de esta edición
nuevos tramos. Muchos de los participantes conocían bien Artxanda, pero los
senderos de la prueba les cogieron por sorpresa por su singular belleza. Aunque
para disfrutar del paisaje había que sufrir. El recorrido de este año es «un
poco más duro», coincidían muchos en señalar. En los tramos de más exigencia
reinaba el silencio, nada que ver con las charlas en el parque Etxebarria. En
esta parte del camino, algunos se echaban a un lado para coger aire y dejar
pasar a los que más en forma estaban. Los niños ya no corrían en busca de piñas
como al principio, el cansancio había hecho mella en ellos. «Esto es muy duro»,
decía una niña.
Pero tras el esfuerzo llega la recompensa. En este caso, el
avituallamiento, situado en Monte Avril. Un botellín de agua y una barrita de
cereales eran parte del premio. Y es que desde allí se podía disfrutar de unas
espléndidas vistas. A un lado, el aeropuerto de Loiu y su trasiego incesante de
aviones; por el otro, todo Bilbao y el mar Cantábrico. También había gente en
las campas tomándose un respiro. Sentados al sol, pero atentos en todo momento
a ese viento frío que aconsejaba echar mano de la chaqueta de la que se habían
desprendido en la subida. Era el momento de emprender el camino de vuelta. Como
ya habían advertido antes los más experimentados, el descenso siempre es
difícil. Había que mantenerse alerta para no resbalar con los cantos rodados.
Superada la etapa de montaña, el asfalto volvió a hacer acto de presencia a
la altura de Andramari, desde donde los excursionistas se dirigieron al parque
Etxebarria y de allí a la Plaza del Gas. La media estimada de regreso a El
Arenal era de dos horas y media, después de completar 9,85 kilómetros. Allí
pudieron comer un bocadillo de chorizo, tomar una Coca-Cola y recoger un
chubasquero como regalo. Una jornada de domingo en la que disfrutar de la
naturaleza se convirtió en una buena causa.
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