Debido a polémicas como la de Jordi Cruz o Ángel León, ambos chefs de restaurantes de élite con muchos becarios sin sueldo, la sociedad española ha empezado a preguntarse qué pasa con los llamados ‘stagiers’.
Este tipo de becarios, por ley, no tienen por qué cobrar ni tampoco cotizan en la Seguridad Social. Pero tampoco pueden ser empleados para cubrir puestos de trabajo, ya que se trata de una beca de formación. Por lo tanto, no deben tener responsabilidades o producir sino aprender. Una extensión más de sus estudios. Por ese motivo, señalamos como oxímoron el “trabajar” como becario. Porque, en teoría, no es la misión del estudiante becado.
El problema viene cuando las empresas asimilan que sus becarios son “trabajadores”. Es decir, mano de obra gratuita. Por ello, a Jordi Cruz le costó una inspección de trabajo comentar que “Si toda la gente en cocina estuviera en plantilla, no sería viable”. El sinsentido de esta frase está en que: si los ‘stagiers’ no producen sino que están formándose y la plantilla debe emplear horas en enseñarles, tener becarios no puede suponer algo necesario para la viabilidad de un negocio.
Por otra parte, disfrazar esta situación de privilegio por estar trabajando en un restaurante, empresa u organización muy puntera no deja de ser una manera de alimentar la desigualdad en favor de la élite. Pongamos, por ejemplo, que el restaurante con menú de mediodía frente a la “ofi” hace lo mismo. Cocinan muy bien pero no tienen ninguna estrella Michelin. Si tuvieran becarios trabajando, ¿nos parecería un privilegio para los estudiantes?
Los que sí pueden “trabajar”
Luego está esa fase intermedia entre trabajador y becario: el contrato de prácticas. Éstos sí son trabajadores y, por lo tanto, tienen que recibir un sueldo, aunque sea menor que el de un contrato ordinario. Éste será un mínimo de un 60% del salario fijado en convenio. Igualmente, siguen siendo contratos ligados a la formación y adquisición de experiencia, con lo que tampoco podrán cubrir exactamente las mismas funciones que un empleado. Este tipo de contratos pueden realizarse con titulados universitarios hasta 5 años después de graduarse y la duración de éstos no puede ser de más de dos años.
Existe también el contrato de formación: lo firman jóvenes de entre 16 y 30 años que no tengan cualificación profesional reconocida por el sistema educativo. Puede durar entre 1 y 3 años y la jornada laboral no debe superar el 85% de la efectiva. La retribución será la que corresponda al porcentaje de la jornada del sueldo marcado en convenio.
Por su parte, el mundo de la investigación logró en 2013 dejar atrás el estado de becario para empezar a tener contratos laborales. Una reivindicación que sindicatos y asociaciones han defendido durante años, debido a la precariedad de este sector. Un sector que además se ha caracterizado “extraoficialmente” por delegar en los matriculados tareas no relacionadas con su tesis, más allá de impartir clases universitarias, que sí es algo obligatorio. No obstante, se ha acabado confeccionando un modelo de contrato de obra y servicio con más facilidades para despedirlos.
Dada la caótica situación que viven los becarios y practicantes y que de sobra se conoce que muchos acaban siendo trabajadores con un sueldo inferior o sin éste; UGT ha elaborado un documento con una serie de propuestas de mejora. Éstas incluyen la homogeneización de normativas sobre becas, retribuir las prácticas del becario y que cotice en la SS con derecho a desempleo, aplicar a los becarios contratos de formación o prácticas y prohibir encadenamiento de becas para una misma empresa entre otras.
Otras asociaciones como FJI (Federación de Jóvenes Investigadores) u Oficina Precaria también ofrecen sin carácter lucrativo asesoría para que los becarios puedan defender sus derechos y/o denunciar las prácticas fraudulentas.
Fuente: http://www.proteccion-laboral.com/trabajar-becario-oximoron-diario/
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