Manuel Domene. Periodista
La climatología médica (o meteoropatología) considera el clima como un factor determinante de efectos favorables o desfavorables. Todos los trabajadores son, en mayor o menor medida, meteoro-sensibles.
Nos hallamos inmersos en un entorno físico-químico (atmósfera), con características peculiares según la zona geográfica. Un trabajador no puede sustraerse a la atmósfera que le rodea como si estuviera encerrado en una campana de cristal. Por ello, la evaluación del riesgo no puede desentenderse de la meteoro-patología.
El análisis ergonómico de las condiciones de trabajo no puede pasar por alto todo lo relativo al entorno climatológico en que se desenvuelven los trabajadores. Nos sobran evidencias de los efectos de los golpes de calor, que cada año siegan la vida de varios trabajadores en España. Ello motiva este artículo, cuyo propósito es advertir que –además del calor- existen otros factores relacionados con la climatología (presión atmosférica, humedad, ionización, truenos, viento, radiación ultravioleta) que son determinantes para las condiciones de trabajo, y pueden representar un cierto grado de incapacidad puntual (meteoropatía) dependiendo de la sensibilidad del trabajador a los fenómenos atmosféricos. En este sentido, cabe indicar que la evaluación de los puestos de trabajo debería contemplar todo lo relativo al puesto, sin obviar el área de lo meteoro-patológico que, por efectos de una climatología de cambios abruptos, pone a prueba a muchos trabajadores.
Como ejemplos, citaremos los casos de los trabajadores de servicios de emergencias: los bomberos, sanitarios, socorristas, pilotos de hidroaviones, etc. pueden estar luchando en su tajo mientras se enfrentan a un episodio de meteoropatía en sus propias carnes. Los huracanes sin precedente de este año en el Caribe (Harvey e Irma) –con vientos de 300 kilómetros/hora- suponen una agresión añadida a los trabajadores que han intervenido, con independencia de su susceptibilidad individual ante los fenómenos meteorológicos.
Michael Crane, profesor de medicina preventiva en la Escuela Monte Sinaí (Nueva York), cree que es imposible predecir quién se enfermará trabajando en un servicio de emergencia, puesto que “la ciencia –dice- aún no es capaz de usar la información genética, los bio-marcadores o el historial familiar como herramienta predictiva”.
Adaptación permanente
El cuerpo humano debe adaptarse (homeostasia) a las variaciones que le afectan. Y, como consecuencia de ello, está sujeto a trastornos y enfermedades, cuyo estudio es importante para la salud general y la laboral. Ya Hipócrates observó que el sol, el agua, los vientos y otros factores climáticos tenían un peso importante en el mantenimiento y en la recuperación de la salud. De hecho, es innegable que la composición de la atmósfera más cercana es trascendente para todo ser vivo por su contenido en oxígeno, carbono, nitrógeno, gases inertes, ionización, temperatura, humedad, nieblas y nubes, precipitaciones, vientos… A lo que cabe añadir parámetros geológicos o telúricos, como la constitución del suelo, configuración, latitud, altitud, distribución de mares y tierras, vegetación, geo-magnetismo, etc. Los seres humanos nos desenvolvemos en ese marasmo de factores ambientales, que condicionan nuestra salud y desempeño laboral. No es lo mismo trabajar en un campo de experimentación de la Antártida que en una plantación agrícola del trópico; en una estación de montaña de los Alpes o en una mina a cientos de metros en las entrañas de la tierra.
En su ensayo “Distrés meteorológico”, el Dr. Antonio Paolasso argumenta la interrelación del cuerpo humano y los fenómenos atmosféricos a partir de la afirmación de Petersen de que “si hay un organismo construido para actuar como caja de resonancia de los fenómenos cósmicos, éste es el cuerpo humano”.
El entorno que nos rodea
A efectos de la meteoropatología y su enfoque clínico cabe considerar los siguientes factores relacionados con el aire y nuestro entorno vital:
- Presión atmosférica
La presión aumenta durante los anticiclones afectando a las neumo-patologías o enfermedades respiratorias (dificultad para respirar, aumento de la polución). En cambio, las bajas presiones aceleran el ritmo respiratorio y aumentan el volumen de aire inspirado, produciéndose una hiperventilación. Se incrementa el ritmo cardíaco y el flujo de salida de la sangre. Las personas con alteración de los sistemas respiratorio y cardiovascular no deben vivir a grandes altitudes, porque no pueden llevar a cabo las adaptaciones requeridas. En el ámbito laboral se contempla una dolencia como el disbarismo, que puede afectar a personas que trabajan en lugares de baja presión atmosférica (estaciones de esquí, por ejemplo).
- Temperatura
Sabemos que el calor excesivo incrementa la sudoración, con la consiguiente pérdida de agua y electrólitos. El frío, compensado con pilo-erección, temblores y trabajo muscular, tiene también repercusiones claras y concretas en el organismo. Nuestro cuerpo, que es homeotermo (temperatura estable), necesita un sistema de regulación para mantener la temperatura dentro de unos márgenes muy reducidos. La comodidad térmica (ISO 7730) se definiría como una ‘condición mental que expresa satisfacción’.
- Humedad
Está estrechamente relacionada con la temperatura, ya que la saturación del vapor de agua viene determinada por la temperatura del aire. El aumento de la humedad interfiere con la termorregulación y agrava la sintomatología del acaloramiento. El ambiente excesivamente seco conduce, por el contrario, a la pérdida de agua y sal, con la consiguiente deshidratación. El grado de humedad modula el medio interno y la dinámica circulatoria. La humedad afecta a huesos y articulaciones. Además, vivir en ambientes húmedos (especialmente en interiores) expone a las personas a enfermedades del tracto respiratorio que se manifiestan con tos, asma, etc.
- Ionización de la atmósfera. El predominio de iones positivos causa malestar general, cansancio, congestión nasal, migraña, congestión laríngea. Por el contrario, el predominio de iones negativos se traduce en sensación de bienestar, aumento de la capacidad de trabajo y efecto sedante. De ahí la instalación de ionizadores de aire para mejorar el rendimiento laboral y coadyuvar en el tratamiento de trastornos funcionales (asma, hipertensión, ansiedad, cefaleas, rinopatías).
“La ionización atmosférica parece tener más importancia de la que hasta el momento se le ha dado. Cada vez existen más indicios que relacionan la ionización positiva de la atmósfera con disfunciones psíquicas. Algunas reacciones neuroquímicas parecen modificarse y algunos investigadores han atribuido estas disfunciones a descargas serotoninérgicas con una fase previa de euforia que se sigue de depresión, depresión sin euforia previa, insomnio, crisis migrañosa, aumento de la incidencia de dolor anginoso e incluso accidentes cerebrovasculares”, indica el estudio de P. A. Martínez-Carpio “Biometeorología y bioclimatología clínica: fundamentos, aplicaciones clínicas y estado actual de estas ciencias” (Elsevier).
- Precipitaciones
Son otro factor atmosférico omnipresente en nuestras vidas (y salud). La lluvia puede afectar a las vías respiratorias, siendo una de las principales causas de morbilidad, que se manifiesta en infecciones (gripe común, sinusitis, faringitis, amigdalitis o laringitis, pulmonía y bronconeumonía). Los efectos se agravan cuando se trata de las conocidas como lluvias ácidas (lluvia que arrastra contaminantes dispersos en la atmósfera, como los óxidos nitrosos de la quema de combustibles fósiles, y otros metales pesados que contaminan la atmósfera).
También causan síntomas meteoropáticos, que son objeto de estudio de la meteoro-patología, la radiación ultravioleta, los truenos, el viento, la radiación electromagnética, etc.
Algunos meteoro-síntomas
Las variables meteorológicas tienen una repercusión patológica en el cuerpo, lo que explica que ciertas personas actúen como ‘barómetros meteorológicos’, prediciendo con sus molestias fisiológicas la inminente entrada en escena de un fenómeno atmosférico. Estos síntomas ocurren entre 24-48 horas antes del cambio de tiempo, influyendo sobre la calidad de vida del afectado y, obviamente, sobre su desempeño laboral.
Entre las meteoropatías físicas encontramos las migrañas, dolores de cabeza, mareos, náuseas, desmayos, dolores de antiguas lesiones, dolores reumáticos y dolores musculares. Algunos de los síntomas mentales son fatiga, irritabilidad, cambios de humor, apatía, letargo, disminución de la concentración, coordinación y pensamiento, y trastornos del sueño.
Los enfermos coronarios pueden experimentar un aumento de la presión arterial, latidos irregulares, taquicardia y molestias en el pecho. Algunos estudios constatan mayor incidencia de accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos debido a la isquemia (restricción del riego sanguíneo).
En personas con problemas abdominales, aparece dolor de estómago y el agravamiento de la gastritis por úlcera gástrica o duodenal. Otras personas meteoro-sensibles sufren bajada de presión arterial en paralelo a la disminución de la presión barométrica (provoca visión borrosa, mareo, desmayos). En otros casos, la baja presión atmosférica cursa con exacerbación de las migrañas. Las variaciones de presión (aproximación de frentes borrascosos) desencadenan las respuestas de dolor en las terminaciones nerviosas del sistema musculo-esquelético (dolor articular).
Estamos en definitiva ante un conjunto de síntomas que requieren atención, máxime cuando afectan al desempeño de personas en su puesto de trabajo, lo que compromete su propia seguridad y la de otras personas.
- Depresión, melancolía, apatía
La meteorología afecta al cuerpo y también a la mente. La meteoropatología psiquiátrica ha estudiado profusamente la relación entre el fenómeno depresivo (y sus posibles consecuencias) y las condiciones meteorológicas. Antes de contar con el soporte estadístico, se creía que la mayoría de los suicidios tenían lugar en otoño. Esta creencia se basaba en la noción de que el tiempo “oscuro y pesado” que caracteriza a la estación otoñal hacía que la mente humana cayera en la melancolía. En el siglo XIX ya se demostró que las estaciones que concentraban los suicidios eran la primavera y el verano.
Es cierto que, con independencia de la estación del año, la meteorología induce cambios de humor, que pueden tener consecuencias graves en personas que padecen desequilibrios nerviosos.
La meteoro-patología, un asunto muy serioEl tema de las ‘dolencias climatológicas’ provoca en no pocos casos suspicacia e hilaridad. Sin embargo, la ciencia está demostrando que no hay razón para reírse. La meteoropatía empieza a verse como una verdadera enfermedad entre la comunidad médica. A ello contribuye que en los últimos años, y debido al triste agujero de la capa de ozono, las condiciones meteorológicas están cambiando con frecuencia e intensidad inusitadas. De ahí que se empiece a dar más importancia a este fenómeno. La medicina también se está actualizando en el conocimiento de las enfermedades asociadas a la meteorología. La prevención básica de las meteoropatías requiere:-Pasar tiempo al aire libre para mejorar la capacidad fisiológica de hacer frente a los cambios climáticos (efecto vacuna).-Aceptar fenómenos que consideramos molestos, como el frío y la humedad, o saber disfrutar de una nevada, huyendo de nuestro sentimiento innato de buscar seguridad y comodidad.-Entrenar el cuerpo para adaptarse a los cambios del clima. Se recomienda ir a la sauna o tomar duchas frías y calientes, especialmente para personas con presión arterial baja, que son especialmente sensibles a los cambios de tiempo.Pese a todo, hay quienes –lejos de culpar al tiempo- únicamente creen que la meteoropatía es una nueva enfermedad producto de nuestra propia conducta. Quizás sea sólo eso.
Fuente: http://www.proteccion-laboral.com/las-meteoropatia-enfermedades-del-tiempo-dolencia-anadida-la-actividad-laboral/
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